NEO, NEO…
Por Adolfo Ariza
“No conozco el futuro… no vine aquí a decirte cómo esto terminará, vine aquí a decirte cómo comenzará¨.
Sentado en el borde de la cama, volví a sentir resonar esas palabras en mi cabeza y, de golpe, lo vi: Neo ascendiendo desde la ciudad hacia su destino.
¿La Matrix? ¿Y yo? ¿Estaba allí? ¿Estuve? ¿Estoy?
Las letras verdes Failure system se apagaron en esa pantalla que se había encendido en mi mente. Ya no estaba en la ciudad, estaba en la pieza ruinosa en que vivía desde que me escapé del hospital.
Me lavé la cara en el mugriento lavatorio del baño, me hizo bien, aunque no reconocí la borrosa imagen que me devolvió el espejo trizado.
Nunca había visto esa cara pálida, lampiña, debajo de una cabeza calva, de un ovalado extraño.
Tampoco resonaba ningún nombre en mi mente, ni tenía recuerdos. Solo la imagen final de Matrix con Neo subiendo hacia su trascendente destino había quedado congelada en mi cabeza.
¿Qué habría pasado en el hospital? ¿Por qué me habrían llevado ahí?
Me veía sano, me sentía bien. Me miraba las manos, no eran conocidas, pero eran parte de un cuerpo que sentía sólido y vivaz.
Solo que no sabía nada de mí, no había pensamientos, ni recuerdos ni sonidos conocidos: una pantalla en blanco, con esa imagen clavada ahí.
En una silla medio desvencijada estaban colgados un pantalón y una camisa que no conocía. Busqué en los bolsillos, en el de la camisa había un papel doblado: lo abrí, había algo escrito que se borró instantáneamente.
Pasé al pantalón, era más nuevo, pero de una tela indefinible.
En el bolsillo derecho había algo: lo puse sobre la cama. Con el izquierdo, pasó lo mismo.
Ante mis ojos había dos píldoras: una roja; otra, azul.
Me senté a mirarlas, desconcertado; sentía una rara atracción por las píldoras, pero no sabía el porqué.
De repente, una alarma y una vibración me sobresaltaron. ¿de dónde venían? Era un sonido extraño, y cercano.
A mi derecha estaba una vieja mesa de luz. Me aproximé. La alarma venía de allí. Abrí el cajón superior y apareció un aparato desconocido, de un negro opaco, con una ventana luminosa, y que emitía el sonido desconocido.
Lo saqué del cajón, vibraba todavía. Me di cuenta de que la pantalla de mi mente se había apagado, pero se encendió otra en el aparato y apareció un mensaje que comprendí, y se escuchó una voz que decía lo mismo.
“Tenés que tomar una de las dos pastillas.
Si tomás la azul, volverás al mundo en que vivías y que no recordás. No te acordarás de nada de esto. Será como si no hubiera ocurrido nunca.
Si elegís la roja, verás la realidad tal como es, será una vida difícil, pero serás tan libre como nunca lo fuiste.
Es una elección definitiva. Sin vuelta atrás.”
Me incorporé y salté hacia la puerta, pero el cuarto había cambiado.
No había ventanas, ni fisuras, la puerta era una placa sólida, casi traslúcida, con imágenes extrañas y desconocidas, que giraban en espiral.
Quise golpear la puerta con la mano, y una fuerza luminosa no me dejó acercar.
Retrocedí, sabiendo ya que la única salida era elegir una de las pastillas.
Me senté en la silla y me quedé mirando ambas píldoras. ¿Algo brillaba adentro, un titilar? No estaba seguro.
Sobre la mesa de luz había un vaso con algo que parecía agua. No lo había visto hasta ahora. ¿O no había estado antes?
No sentía casi nada, tampoco sabía lo que es sentir. Un ramalazo que me cerró la garganta hace un rato. Ahora, un leve temblor en las manos. Tomé el aparato del mensaje: ya no había ni luz, ni sonido.
Vi mi mano temblar cuando se aproximó a la cama. La pasé sobre la píldora azul: nada pasó.
Cuando la moví hacia la píldora roja, algo vibró en mi garganta, como una puerta que se abría.
SUPE LO QUE TENÍA QUE HACER.
Cuando el agua empujó la píldora por mi garganta, hubo un estallido de luz.
Al abrir los ojos, ya no había cuarto, vi una ciudad que huía bajo mis pies. Abrí los brazos, y seguí ascendiendo.
Sonreía.